Viajando Sola

Sí, soy mujer, y sí viajo sola. ¿Por qué viajo sola? pues porque me apetece, porque me hace sentir bien, porque lo de sentirme sola es un tópico típico que nada tiene que ver con la realidad, porque dicen que hay que perderse para encontrarse y yo nunca estoy tan cerca de mí misma como cuando me pierdo viajando por cualquier sitio del mundo.

Sí, soy mujer, y sí viajo sola

No sé muy bien cuándo empezó esto de viajar sola, quizás fuera en aquella ocasión en la que tuve que coger por primera vez un avión con destino a Roma y me vi en el aeropuerto sola por primera vez, asustada, buscando pantallas que me indicaran la puerta de embarque y poniéndome en la fila la primera por miedo a perder el vuelo. ¿A quién no le ha pasado algo así?. Luego cuando aterrizó ese avión, comprobé que había dado un pequeño gran paso, era capaz de volar sola, ¡todo un descubrimiento!

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Luego ocurriría un acontecimiento en mi vida que me llevó a verme sola en Madrid por un día, no estaba previsto, así que pensé que tenía dos opciones, o bien me agobiaba o aprovechaba para hacer turismo y visitar el Madrid de los Austrias o lo que me diera tiempo. Dicho y hecho, con mi trolley en mano visité la ciudad y no puedo decir a cuánta gente pude conocer en ese día. Yo preguntaba por algún lugar y se me ofrecían a acompañarme paseando a mi lado, luego por otro sitio y otra persona, y otra, y otra, y así sucesivamente. La cuestión es que me pasé un día visitando Madrid sola y no estuve sola casi en ningún momento, otro pequeño gran paso.

Y ya el definitivo vino cuando me animé a ir sola a Galicia, una experiencia que nunca olvidaré.  Lo organicé con tiempo, no quería dejar apenas cabos sueltos; cosas como hoteles, vuelos, rutas, dónde comer, qué visitar en cada lugar, etc etc. Tonta de mí porque luego eso sólo fue el inicio y aprendí que el viaje siempre sorprende, que los planes están para romperlos y dejar que el día a día te vaya llevando.

Si os digo que viajar sola es fácil, pues os miento, porque no lo es. Lo primero que aprendes es que no puedes controlarlo todo, hay mil y una variables que te rompen los esquemas y en cierta forma eso está bien que así suceda, porque así aprendí que era una mujer de muchos recursos.

Cuando se acerca el día del viaje siento miedo, un miedo raro, de esos de querer que llegue pero a la vez me siento asustada, no es fácil tirarte al vacío sin saber qué te vas a encontrar, no es fácil aterrizar en una ciudad que no conoces, recoger un coche que no es el tuyo, conducir por una carretera que nunca antes has conducido, ni llegar a los sitios (sobre todo cuando te llevas mal con el gps 😆 ). Han habido pocos días de ruta en los que no me haya perdido y llegado más tarde de la cuenta al hotel siguiente, pero no importa, luego olvidas los nervios, el susto y todo queda en una experiencia más.

Notas que mucha gente te mira raro pero también te gusta cuando en un restaurante cualquiera te preguntan y dices aquello de “viajo sola” y te contestan “Oh, qué valiente, a mi también me gustaría hacerlo”. Normalmente en los hoteles me dan habitaciones superiores a las que he reservado, algo que agradezco enormemente, e incluso en una ocasión escuché como decía una chica al empleado algo así como “dale una habitación bonita, la más bonita, esta chica viaja sola y merece estar en el mejor lugar del hotel”.

Cuando viajo sola, cada día es una aventura, amanezco cada día en una ciudad o pueblo distinto, y no sé lo que me va a pasar en las siguientes 24 horas. Como cosas que nunca había probado, bebo vinos del lugar que saboreo y valoro cada día más (sobre todo desde que conocí algunas bodegas y he visto todo el trabajo que hay detrás de una buena botella), me cruzo con gente distinta a diario, que me enseñan su idioma, su cultura, su ciudad y, en definitiva, pasan conmigo un tiempo de su día que ya para siempre se queda en mi corazón.

Gracias a todos ellos desde aquí por ese regalo, por enseñarme vuestra historia y por, sobre todo, esa sensación de anonimato que se tiene y el no saber qué te vas a encontrar al doblar una esquina.

Voy a mi propio ritmo, sigo mi mismo deseo y no le tengo que pedir opinión a nadie, ni condicionarme en nada porque piense que pueda estar molestando a mi compañero de viaje, ni dando explicaciones. Es una sensación de libertad que te engancha cada día más.De cada sitio por el que paso algo me llevo y algo mío dejo en él y son esas emociones y esas sensaciones las que hacen que merezca la pena el viaje.

Muchas veces, al viajar acompañada, pensaba aquello de que si hubiera estado sola me hubiera parado mucho más rato en aquel lugar o hubiera pasado de largo aquel monumento que para mi no tiene ningún significado.

 

Tampoco quiero magnificar el viajar sola y decir que viajar acompañada no me guste pues para nada es cierto, cuando la compañía es grata, compartir todas esas vivencias también tiene su lado especial, pero quiero romper el mito de que viajando sola no se pueda disfrutar, es completamente equivocado y afirmo que hay etapas en la vida en las que viene muy bien hacerlo.

Animo a todas las mujeres a que descubran una experiencia así al menos una vez en la vida, que no tengan miedo, que el mundo no es un lugar tan inseguro como nos quieren vender, que sí es cierto que pasan cosas, pero no tantas como nos imaginamos, que los hombres no vienen a hacernos daño porque nos vean solas.

Eso sí, hay que se prudentes siempre, pero yo al menos, lo que puedo contar desde mi experiencia, es que a mi me han ayudado mucho siempre, que cuando algo me ha pasado, he encontrado  una mano dispuesta a ayudarme. He tenido problemas con el coche, me he perdido… ¡ufff! tantas y tantas cosas… y siempre ha habido alguien. Así que todos esos mitos de mujer sola, indefensa y peligro constante, fuera de la cabeza porque no hay nada más erróneo y la experiencia merece la pena.

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Maria Luisa.

Fotografías en Roma, Piazza Navonna y Ponte Sant Angelo

Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no escucha música,
quien no halla encanto en si mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del habito, repitiendo todos los días los mismos senderos,
quien no cambia de rutina,
no se arriesga a vestir un nuevo color
o no conversa con desconocidos.

Muere lentamente quien evita una pasión
Y su remolino de emociones,
Aquellas que rescatan el brillo en los ojos
y los corazones decaídos.

Muere lentamente quien no cambia de vida cuando está insatisfecho con su trabajo o su amor,
Quien no arriesga lo seguro por lo incierto
para ir detrás de un sueño,
quien no se permite al menos una vez en la vida huir de los consejos sensatos…
¡Vive hoy! – ¡Haz hoy!
¡Arriesga hoy!
¡No te dejes morir lentamente!
¡No te olvides de ser feliz!

Pablo Neruda.

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